miércoles, 4 de mayo de 2016

Con tilde en la E.





Contigo me quité la máscara de perfección desde el primer momento.
Supongo que la clave fue no esperar nada.
Tras tantas horas hablando y coincidiendo no pude más que sentirme cómoda.
No esperaba nada después de eso, ni después del primer beso, ni después del primer café.
Solo sucedió.

Y me es imposible no ponerle atención a tus detalles.
A esas meticulosidades tan peculiares que te hacen ver adorable.
Hay muchas cosas que no digo, que no expreso, que no puedo hacer visibles.
Por eso te escribo.

Me mata el escote de tu camisa.
Me gusta el ramo de discos y canciones que me das en lugar de flores.
Me encanta tu barba. Tus manos. Tu forma de servir cerveza.

Me gustan tus cicatrices, pues me hacen sentir que no estoy sola.
Me gusta esa exhalación tuya que a veces es de exasperación y otras porque es tu sello, creo. 
Me gustan las cosas que te delatan, aunque no esperes que te cuente qué me dicen.

Prefiero no pensar en porqué o para qué llegaste a mi vida, solo trato de disfrutarte y de aprender de ti tanto como pueda porque aunque no te conozco, me nutres.
Me ganas de formas tan espontáneas y simples como fumarnos un cigarro entre los dos, aunque quizá lo que más aprecio es cómo despiertas mis ideas, cómo expandes mi pensar.

Te lo repito: No esperaba nada.
Te lo confieso: Me haces curvar los labios de felicidad.